ZONA de STRIKE - El que Esté Libre de Pecado que Tire la Primera Tacha
> Este miércoles se discute en la Suprema Corte de Justicia de la Nación el proyecto del Ministro Arturo Zaldívar, que plantea legalizar la marihuana con fines recreativos
Le das el último jalón a la “cola del Diablo” y ya para entonces comienzas a sentir como suavecito el cuerpo, flojito, cooperando para que se te suba la alegría a la cabeza y te rías de los dientes o la melena de tu camarada.
Entre risa y risa comienzas a pisar sobre colchones de esponja, rodeando un parque de la Perla de Occidente, a confundirte entre el golpeteo de una bataca rockera y el llamado en la puerta de madera (¡ah! Esto fue en Oaxaca… chaaale).
La cosa es que comienzas a caminar como de a brinquito, por aquello de no trastabillar en la esponja resbaladiza y darte con todo contra el muro o con la roca que te parece que tiene malas ideas.
Pero como en todo, se necesita fogueo, esas tablas que te brinda el quehacer cotidiano de una práctica hasta alcanzar el pódium de lo que se denomina “experiencia”.
Y es que sin esas tablas, después andas como en una méndiga montaña rusa, y es méndiga si padeces de vértigo.
No es como aquel sencillo paseo alrededor de un sombrero de charro a 33 revoluciones por minuto o el de por las olas que te dejaron de souvenir la arena entre tus dedos o entre tus huevos.
No, sin esa práctica estás ahí trepado en el carrito donde sólo viajas tú a esa velocidad, dejando atrás, muy atrás el viaje placentero a la Perla de Occidente.
Ahí estás, intentando aferrarte a un manubrio inexistente viajando a mil por hora, cuando a doscientos basta, cayendo desde los 400 metros libres, cuando desde los veinte metros es suficiente para que se te manifieste ese vértigo que no tiene nada qué ver con la adrenalina.
Las tablas no llegan solas, por eso tratas de hacerte de ellas en Malasaña y te fumas tu hachís en la Gran Vía madrileña, o te tomas tu ajenjo en Zagreb, o te acercas al mercado negro en Culiacán o en la Catedral de Sevilla.
Porque finalmente es un mercado, un mercado al que decides o no ir de compras.
Porque finalmente hasta la venta de cerveza es ilegal en Culiacán a las horas de la madrugada. Te paras a un lado del dealer de chela y con tono de sospechosismo te pregunta: “Tecate o Modelo”.
Es otro tipo de mercado, censurado por las buenas conciencias y operado por la ley del más fuerte.
Porque en eso del consumo de las drogas no hay argumento que valga.
Sólo existe la persecución a sangre y fuego; la bala y la cruz.
Las antorchas están encendidas.
Listas para encender la leña verde para que creme tus malos pensamientos, para incendiar esa imagen tuya cuando estás hasta atrás de coca y miras al espejo al ser que dice ser tú.
El que parlotea en un intenso debate sobre manzanas o sobre aviación mientras suena “Hallelujah… Your faith was strong but you needed proof”… el legendario Leonard Cohen.
El que choca su vaso con whisky o ron o vodka o absint.
El que no es santo ni pretende serlo.
El que su consumo no lo convierte en demonio.
El que, finalmente, no le hace daño a nadie.
El que, reflejado en el espejo, es, ni más ni menos, tú, él, nosotros. Retratados como lo que somos: seres imperfectos de elecciones individuales.
El que no puede apagar las antorchas, porque el veredicto está dado, desde cierta moral, desde cierta cápsula que se pretende construir desde un inexistente mundo feliz.
Porque se cree que hace más daño a la sociedad un coco o un moto, pero divierte la película de Ted metiéndose coca.
Porque todavía recala el mensaje y la política de Nixon y se olvida que ese Gobierno inundó de crack los barrios negros.
Porque estamos en un mundo envuelto en la intolerancia.
En un mundo donde la libre elección ya es pecado.
En el mundo donde la libre elección ya es pecado me dirás que te gusta ver que se besen dos personas que se aman, pero también me dirás que repudias que se bese una pareja del mismo sexo, no te importa que se amen.
Es pecado la libre elección si optas por convivir entre canapés de mariguana o jalones de coca, aunque esa elección te refleje como un amateur que no ha llegado al pódium de la experiencia que retrata Hunter S. Thompson en sus bacanales de ácido, LSD, coca, mariguana y tachas.
La libre elección sobre el uso de drogas ya está sentenciada, y se suma al catálogo de pecados, aunque ese uso sirva para la evasión de un mundo que no ofrece respuestas.
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