El drama de enterrar a sus muertos sin poder decir adios como merecen
El Discurso
Lunes, 08 de Junio de 2020
El Covid-19 no respeta ritos ni costumbres y, al dolor por la muerte de un familiar también se suma la pena de no despedirlo como merece. Foto:PI/Antonio Nava
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Trastocada la realidad a causa del Covid-19, en los meses de pandemia los rituales funerarios también se han transformado.
Ese proceso representa el cierre del ciclo vida-muerte y con éste se honra la memoria de la persona fallecida, expone Óscar Gómez, colaborador del Laboratorio de Antropología Forense del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialista en esa rama en la Fiscalía General de Tabasco.
Sin embargo, el Covid-19 no respeta ritos ni costumbres y, al dolor por la muerte de un familiar también se suma la pena de no despedirlo como merece.
Al inicio de la crisis sanitaria en el país, Alfonso Morales, académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, pidió a sus estudiantes tomar a sus familias como laboratorio para identificar el impacto social, económico, político y cultural de la pandemia. Lo que el profesor nunca imaginó fue que días después él mismo experimentaría una práctica de laboratorio.
A finales de abril, su hermano murió a causa de un cáncer en las vías biliares. La nueva realidad abofeteó al docente y su familia. Las medidas de sana distancia y la instrucción de evitar la alta concentración de personas en espacios cerrados los obligó a modificar sustancialmente el rito funerario familiar.
Citaron a no más de 25 personas para el velatorio, lo que dejó fuera a muchos cercanos al círculo familiar. Al café y bocadillos, Alfonso sumó cubrebocas, gel antibacterial y hasta espray sanitizante para repartir entre los convocados. Había que cuidarse y, sobre todo, cuidar a su madre, de 90 años de edad.
El abrazo es el gesto más simbólico para manifestar tu pena y afecto a los deudos. ¿Cómo dar el pésame y las condolencias sin contacto físico?, apunta el docente.
Había que cubrir otros tres pasos. Primero el panteón. Pero a causa de la nueva realidad los cementerios también han limitado el acceso, 15, a lo mucho 20 deudos pueden acompañar al difunto. La carroza era seguida por una caravana de autos y cuando el número permitido se cumplió, las puertas les fueron cerradas.
La madre de Alfonso quedó afuera del panteón. Nadie lo podía creer. Hubo que negociar y al final se permitió el ingreso a esos 25 familiares dolidos. No hubo puño de tierra hacia la fosa y los únicos que vieron de cerca la inhumación fueron los sepultureros. El resto de la familia debió permanecer a varios metros de distancia.
La tradición de los Morales Escobar es cerrar el ritual con una celebración al muerto: una comida familiar, donde la cercanía física era casi imposible. Después vienen nueve días continuos de oración, también tuvieron un límite de asistentes.
Pese a que guardaron todas las medidas recomendadas, varios días después Alfonso y cinco miembros más de su familia resultaron infectados de Covid-19. El duelo, subraya, pudo ser mayor.
En Juchitán, las costumbres obligan a celebrar al muerto, pero la familia de César, quien murió por esta enfermedad, no lo pudo hacer así. Esa será una eterna herida, señala su hermana.
César murió por Covid-19. No tuvo funeral, no hubo rezos ni música, ni se cumplió con el ritual zapoteca de colocar una cruz de arena frente al altar familiar y menos se paseó el féretro. Simplemente tuvieron que cremarlo y esperar los pésames a distancia o vía telefónica.
A causa de la pandemia los servicios funerarios han impuesto obligadas reglas a seguir. Una de ellas es la presencia de no más de 15 familiares en los panteones. Ante eso, el antropólogo Gómez reflexiona: ¿Cómo determinas quiénes son esos 15?