Mi Niño Dios, estudio sobre la festividad de La Candelaria
El Discurso
Miercoles, 03 de Febrero de 2016
La obra da a conocer una cultura que es más compleja de lo que se imagina; incluye aspectos como la industria de vestir al Niño Dios. Foto: PI / Abril Cabrera
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* La autora Katia Perdigón realizó una investigación histórica, antropológica, teológica e iconográfica, con atisbos de cultura popular
* La obra da a conocer una cultura que es más compleja de lo que se imagina; incluye aspectos como la industria de vestir al Niño Dios
En vísperas de la celebración del Día la Candelaria, cuando miles, por no decir, millones de familias católicas mexicanas aprestan los mejores ropajes para vestir a su Niño Dios y “presentarlo” en la iglesia más cercana, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ofrece una novedad editorial para los interesados en adentrarse en las particularidades de esta devoción mexicana.
Tras dedicar un buen tiempo al estudio del culto a la llamada Santa Muerte y publicar un volumen al respecto, Katia Perdigón Castañeda, investigadora del INAH, volvió al tema de la fe popular, esta vez con el libro Mi Niño Dios. Un acercamiento al concepto, historia, significado y celebración del Niño Jesús para el Día de La Candelaria, cuya investigación presentó como tesis doctoral.
La festividad de La Candelaria y el propósito de vestir a la imagen, comenta Katia Perdigón, “no es transmitida por especialistas de la religión; en la mayoría de los casos es llevada por la familia y la comunidad a la que pertenece, movidos por sus propias experiencias religiosas”. Prueba de ello es la portada de la publicación, un retrato familiar en blanco y negro donde la abuelita de la autora aparece sosteniendo una imagen ataviada a la usanza del Santo Niño de Atocha, y es flanqueada por sus dos nietas pequeñas que llevan racimos de flores.
El libro es parte de la colección Etnología y Antropología Social, serie Logos. Es una investigación de contenido histórico, antropológico, teológico e iconográfico, con atisbos de cultura popular, en el que costumbres y rituales se vislumbran en las múltiples voces de los entrevistados.
De la mención del Niño Jesús en los pasajes bíblicos a la producción de la imagen en los talleres de artesanos, de su uso y significado en las ceremonias de coronación dentro de los claustros, de su venta masiva en la romería de las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, de niños milagrosos venerados en santuarios del país, al niño futbolista, conchero o doctor, la obra inicia al lector en una cultura que es más extensa y compleja de lo que suele imaginarse.
Así lo expresa el historiador y antropólogo Eduardo Merlo, quien refiere que la autora “va descubriéndonos con laboriosidad y precisión la industria de vestir al Niño Dios y toda la parafernalia que exige la tradición, los padrinazgos y compromisos y, por supuesto, el culto a determinadas advocaciones infantiles de Jesús, lo cual es un aporte para los investigadores en la materia y para el gran público”.
¿Pero de dónde viene esta práctica de vestir a los Niños Dios? Katia Perdigón, restauradora de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, indica que el legado guarda estrecha relación con las costumbres devocionales de la época del virreinato en la Nueva España, “es una tradición que se ha construido por el pueblo, desde las comunidades más lejanas hasta la ciudad capital”.
Pero es en la Ciudad de México donde se crean modas, los diseños salen del corazón del Centro Histórico. “En el trabajo de investigación se observó que dentro de los circuitos comerciales, a los que se suman las revistas que se venden en los puestos de periódicos, existen más de cien modelos de ropa para subsanar las necesidades de los compradores que poseen su propia concepción devocional”.
Esta moda se reforzó a partir de 1975 con el surgimiento de “Casa Uribe”, que cuenta con un amplísimo catálogo de atavíos para los Niños Dios.
Con base en documentación histórica, la investigadora rememora la manera como durante el virreinato y aún en los inicios del siglo XX se conmemoraba la Purificación de la Virgen Madre. El 2 de febrero, ella era la protagonista y no su hijo, se trataba de una celebración cuya parafernalia implicaba una procesión llevando candelas encendidas, y luego una misa en la que serían bendecidas tanto las velas como los niños pequeños de las familias.
El cambio en la festividad probablemente se dio en la segunda década del siglo XX, cuando la “levantada del niño”, es decir, su imagen dispuesta en el pesebre o nacimiento dentro de los hogares, dio cabida a tejer ropita ex profeso para llevarlo a presentar en charolas adornadas de sedas y papeles en la iglesia próxima.
Actualmente, dice la investigadora del INAH, “pocos devotos relacionan la vela con la festividad de la Purificación de la Virgen, este acontecimiento se ha suplido con la imagen del Niño Dios, de hecho la mayoría de los practicantes de esta celebración no saben para qué son las velas. Las candelas evocan la iluminación del mundo por el Salvador.
Tres años de investigación y otros treinta de experiencia, son los vertidos por Katia Perdigón en el libro Mi Niño Dios, que además contribuye a desechar “verdades” levantadas bajo supuestos, por ejemplo, la idea de que vestir al Niño Jesús fuera exclusivo para el Día de la Candelaria, y que tras de esta celebración haya orígenes prehispánicos.
“Hay que aclarar que antiguamente se vestía al Niño Dios en la Navidad, tanto en los templos como en diversos conventos. Esta acción también se hacía en la festividad de alguna Virgen que en su advocación llevará a su hijo en su regazo, como la del Rosario o del Carmen, por citar algunas.
“Por otra parte, se observan casualidades entre la vestimenta para efigies católicas y para las prehispánicas, así como ocurría con otros dioses de distintas culturas y épocas. Estamos hablando de una práctica cultural de vestir deidades. Es posible que ponerle ropa al Niño Dios, fuese una actividad promovida en los conventos femeninos de la Nueva España desde el XVII hasta el XIX”.